Wednesday, August 26, 2009
anoche
Sunday, August 16, 2009
Serenata
Thursday, August 6, 2009
inercia
El viento se rompe en sus oídos y ahoga la música que desfallece dentro del auto. El viento grita por las rendijas de las ventanas abiertas y ensordece los pensamientos inapetentes que normalmente se dibujan en su cabeza cuando transita por la autopista, siempre la misma autopista, todas son lo mismo a la misma hora - una muerte holgada y lenta, un castigo perpetuo. El viento no la deja pensar. El viento no la deja escuchar. El viento se en
tromete en el santuario de su automóvil contagiado de cotidianidad, de aburrimiento, de la inercia inescapable que es la rutina homicida. Sus ojos, rojos y cansados, se clavan en el auto de adelante que frena y avanza y frena y avanza y frena y avanza intermitentemente, como su auto, como cada uno de los autos que se arrastran como lombrices pútridas por la 24 este a las 5 y 43 de la tarde de otro miércoles insípido. Los ojos estacionados en el vidrio, en las manchas sobre el vidrio, en los cadáveres de artrópodos aplastados sobre el vidrio. Los ojos se pierden en la inmensidad de la nada y parpadean desganados. 22 millas por hora, 38 millas por hora, 7 millas por hora… qué importa, da lo mismo, la velocidad es estática cuando el tiempo es interminable, cuando la autopista se devora las ganas y las vidas, se convierte en un agujero negro donde el tiempo es irrelevante y constante, donde vivir es un trance y una desdicha, donde vivir es una autopista saturada y asquerosamente inacabable, donde vivir es un esperar insoportable.
El viento grita y le raja los oídos y le aturde los pensamientos pérfidos; le apacigua las ganas de estrellarse contra el gigantezco Dodge Ram plomo que no le permite ver más allá de sus enormes y furiosos faros rojos, o de estamparse contra ese largo y oscuro túnel de una vez por todas, o de precipitarse sobre la próxima motocicleta que se atreva a despertarla de este trance soporífero. El viento, el viento le refresca la monotonía apática, las náuseas reprimidas, la pestilencia que cuelga de los suspiros desabridos de sus tardes diarias.
El día fue una mancha más en la infinidad de manchas que son las semanas y los meses y los años que se le acumulan en la paciencia. El día empezó como empiezan todos y va terminando como terminan todos - una ducha, la autopista, un desayuno frente a la computadora, emails, reuniones, documentos, más emails, más reuniones, más documentos, un almuerzo frente a la computadora, planes, documentos, documentos, documentos y la autopista. Ayer es hoy, mañana fue ayer; todos los días y las horas y los minutos son una miasma indistinguible y borrosa. La vida había resultado ser una mentira.
El gigantezco Dodge plomo avanza nuevamente y un impecable y malcriado Volvo verde olivo se le cruza rápidamente y se encaja justo delante de su auto. No hay lugar para la rabia en los hoyos profundos del tedio. No hay lugar ni para diferenciar un Dogde plomo de un Volvo verde olivo. Los faros rojos siguen encendiéndose intermitentemente sobre sus ojos, la abulia es lo único que se respira en la vastedad de la autopista congestionada, la abulia es el único color que se colorea en sus ojos.
Si fuera viernes la historia sería otra. Si fuera viernes, aunque exhausta, los hoyos serían menos hondos y la autopista, pesimista y repulsiva, tendría fin; el tiempo volvería a existir y hoy sería hoy – el preámbulo inconfundible de la realidad, el génesis de los diferentes colores de los que está hecha la verdad, la felicidad, las ganas de seguir palpitando, de seguir viviendo y de seguir siguiendo. La vida sería una verdad alcanzable, un dulce respiro apacible, una sonrisa de corazón. La vida no habría resultado ser tan mentira, después de todo.
Si fuera viernes valdría la pena vivir. Si fuera viernes los instantes vividos serían irrepetibles y únicos, cada latido tendría una razón, un propósito, un color y un sonido distinto. Si fuera viernes los segundos estarían al alcance de su mano y de sus ganas. Si fuera viernes la hubiera enfurecido la irresponsabilidad con la que el camión de carga de al lado, enorme y oxidado, decidió meterse en su línea sin antes mirar por el espejo retrovisor, o por el espejo del costado, o por la ventana. Si fuera viernes el sonido del metal destrozándose no se hubiera confundido con el grito del viento en sus oídos o con el sonido de los bichos aplastándose contra el parabrisas. Si fuera viernes se habría dado cuenta que algo más se aplastaba en la autopista. Si fuera viernes se habría soprendido por la total ausencia de dolor y por la increíble facilidad con la que su cuerpo se partía y se abría por entero a la oscuridad; habría sabido que cerrar los ojos y dejar de respirar es el fin de la vida y no parte de la miasma de todas las repeticiones que son sus días. Si fuera viernes, morir habría sido una tragedia.
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