No llegan. Se sienta a esperar bajo los azules de la tarde anochecida, busca entre las musarañas cotidianas de las mañanas repetidas, repasa los momentos. Busca, espera; pero no llegan.
La tinta se seca, deprimida, solitaria, frustrada. El papel languidece, moribundo sobre la mesa de noche. Los dedos nerviosos acarician el teclado buscando inspiración, buscando razón, buscando corazón; pero no llegan.
Las palabras no llegan más. Se han ido quizá, a buscar otras tintas y otras voces y a pintarse de otros colores. Se han ido quizá, a morirse donde mueren las ilusiones incumplidas, donde se entierran las decepciones, los fracasos. Se han ido, quizá, a morir, a olvidar.
Y esta espera tonta, y este buscar inútil le carcomen los segundos. Le hincan en la sien. Le fruncen los labios. Le apretan la garganta. Le derraman suspiros vacíos y frustrados. Y largos. Este esperar y este buscar no sirven para nada. No valen nada.
Sin embargo, y sin razón, y sin palabras, y sin entusiasmo, escribe.
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