Amanece por detrás de la colina y se va iluminando el día,
la neblina, el dormitorio. La ventana
cerrada se entibia bajo el sol despierto y se cuelan pedacitos de luz por entre
las rendijas de la persiana blanca. La
persiana es delgada y débil y casi ni puede contra la luz impertinente y
desconsiderada de un sol convencido. La
persiana se esmera por alargar los segundos
de preciosa oscuridad; pero es débil, y amanece.
Los ruidos empiezan:
los vecinos y sus pesados pies de acero, las tuberías de agua convulsionan detrás de las delgadas paredes de
maderita fina, los autos reniegan asmáticos , los gatos reclaman, a maullidos,
sus cariños matutinos. Los ruidos
empiezan, impertinentes y persistentes a taladrar el silencio de la mañana
quieta. Los ruidos no respetan el tiempo
que se necesita para sacudirse de los sueños y colgarse de la realidad. Los ruidos insisten; y es que amanece.
Se cuelan pedacitos de sol por entre las rendijas de la
persiana pero ella no está lista para enfrentarse a la mañana. Quedan muchos sueños por soñar todavía. Quedan muchos secretos en la almohada todavía; Quedan miedos agrios, y ríos negros, y
volcanes rojos, y precipicios hondos y futuros rotos; pero el tiempo no se
detiene por nadie. El planeta continúa
girando sobre su maldito eje; y amanece.
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