Le encanta su juguete verde y redondo con la pelotita blanca que da vueltas alrededor; es lo único con lo que juega todos los días. Le gustan sus treats de molasses mucho más que los de pescado, pollo, queso y catnip. Le gusta dormir conmigo todas las noches, en un rincón de la cama en verano, encima mío o en medio de mis piernas en invierno; debajo de las colchas si hace mucho frío, una bolita calientita, un cariñito dormilón. Cómo estorba a veces, no me deja estirar las piernas, cambiar de posición; y si me muevo mucho, reniega.
Le encanta morder las bolsas de papel y lamer las de plástico. Le encanta clavar sus uñas en mis sayonaras viejas, no las he botado hasta ahora solo por él. Le gusta jugar a las peleas con mi papá y a las escondidas y a la cacería conmigo. Le gustar dormir las siestas con mi mamá porque ya sabe que es una dormilona. Le gusta su casita morada/rojiza de dos pisos que le regalé. Le gusta ocultarse tras las cortinas y ver a escondidas el mundo por la ventana. Le gusta todo lo que se mueva. Le gustan sobre todo, las pobres arañas despistadas, las moscas torpes e inoportunas y las hormigas apuradas y ensimismadas. Y claro, también los pajaritos cantores que observa, atentas las orejas e inquieta la cola, del otro lado del vidrio. Le encanta asolearse, ritual diario. Le gusta sentarse sobre la laptop, no importa si está abierta o cerrada, prendida o apagada. Le gusta posarse, como si fuera un adorno, sobre mi mesita de noche, al costado de la lamparita, sobre la caja de la tele y sobre mi repisa, justo debajo de la poesía. Le gusta meterse dentro de todo lo que puede. Le encanta lanzar al aire y perseguir para volver a lanzar al aire y perseguir a sus ratoncitos de juguete pero solo si tienen pelos y/o plumas y suenan como sonajas. Esas son sus condiciones, he aprendido con los años. Le gusta acompañarme al baño todas las mañanas y volver rapidito a acurrucarse en la cama. Le gusta estar donde estoy yo, claro, dependiendo de su humor. Le encantan los pedacitos de galletas y pan dulce y tortas; también el helado de vainilla, el whip cream y a veces el yogurt. Todo esto en cantidades minúsculas, y obvio, después de estudiar el pedacito al detalle con su naricita precavida. Le encanta, por sobre todas las cosas, el jugo del atún, solo el jugo, no el atún. Le gusta meterse a la tina cuando está seca y esconderse tras las cortinas para asustarme después. Le gusta subirse al lavadero y jugar con un chorrito de agua mientras me depilo las cejas o me pongo maquillaje. Le gusta que agudize las palabras cuando le hablo, se acerca y me contesta suaves mimos en su idioma, se dulcifica y con la espalda encorvada, me acaricia con su costado el cariño.
Mi gato es un solcito con dos planetas amarillos verdosos. Es un leoncito furioso. Una bolsa de flojera atlética. Un puma diminuto. Un corazoncito silvestre. Un cascarrabias peludo. Un felino único.
- Ajá… pero yo te pregunté si tenías hijos…